A veces pienso cuando veo ésto, qué afortunados aquellos en su ley, regidos rigurosamente por las horas del sol y las ráfagas de viento; aquellos que saben por la dureza de la piel y el dolor del cuerpo cuándo es el momento de descansar sin mirar el reloj; aquellos que pueden andar desaliñados y chiflar todo el día; cantar mientras resisten, reírse a carcajadas, aquellos con un idioma propio que los independiza de sus jefes, aquellos con la ley de la selva. Porque esto se parece bastante a nuestro estado salvaje, ver cada amanecer, cada atardecer, sentir la llovizna, hacer del cuerpo uno con el entorno. Parece penoso pensar en la hora en que se alinean y suben al tren, al colectivo, con las manos aún rígidas, rodeados de gente enfrascada: sin selva, sin sentidos...
Ley de la selva
Actualizado: 2 nov 2019
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