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Mi ciudad rosa


Una vez viví en una ciudad rosa. Y otra en una ciudad naranja. El sol salía sobre el río y teñía los vidrios de las gigantes torres por la mañana. El sonido invadía cada espacio si abrías la ventana, y las luces flotaban sobre el agua de los diques, mezclando amarillos y azules. Cerca... hacia el Sur, estaba la cancha mas visitada, íbamos caminando, yo me camuflaba entre los hinchas, vistiendo los colores que ese día me prestaba. No miento que quise capturarla, capturar el ceniza de las nubes pesadas que volaban cerca de mi balcón, y el ruido del 37 viniendo por Juncal, cruzando los dedos para que sea el número 4, el que va a ciudad universitaria. Transpirada hacia el esfuerzo de maquillarme en el camino que unía el mundo de bares refinados con el de las mesas arcaicas y bancos rotos. En ese mundo hay un patio lleno de magia y carteles multicolores. Sinergia de gente inspirada y agotada, hay también viejos que debaten historias pasadas. Si alguna vez llegué a horario, pude ver el sol del verano atravesando los árboles para llegar a nuestras aulas hasta ponerse en el horizonte y volver todo al oscuro de la noche. Pase ahí noches largas, como en una cápsula, aislada. Ciudad gris, fuimos amigas solo un corto tiempo de vida, en donde te conté mis penas y me dejaste ver de cerca la pobreza que te habita, ahí, a la vuelta de la esquina, donde el poder emerge del suelo hasta llegar al piso 21, desde donde todo se ve de lejos. A la distancia de vos, y a la distancia de ese piso, te encuentro irresistible, sorprendente, con tus cambios abruptos y tus jacarandá, que embarran el suelo de Lila dos veces al año, que forman un límite tan visible como una muralla, un sendero que seguir para cruzarte de norte a sur. Ese sur, mi lugar más bello, con la precariedad de Vuelta de Rocha y la terraza de fundación Proa, desde donde ver y oler un río turbio después de pisar adoquines de madera. Te caminé como turista y prometo sorprenderme cada vez que cruce corrientes y sienta que la bruma tiene secretos para mi, cada vez que camine la vereda del centro cultural de la cooperación y valore su fachada de vidrio y me acuerde incansablemente de esa obra, “la mujer justa”’donde lloré a mares mientras analizaba el formato de sus auditorios. Tus pizzas son más que eso, son hablar con el mozo y untar un pan con manteca en Los Inmortales mientras servís la cerveza en esos vasos de vidrio transparente con forma de copa pequeña, de ahí hasta señor Telmo, hasta La Moderna, el Cuartito o las Cuartetas, Banchero, Guerrín... Tus árboles como gigantes en Plaza Francia, ver sus copas desde lo alto en Las heras, distinguir entre la multitud de edificios franceses y modernistas la masa de hormigón de la biblioteca Nacional, casi flota desde ese foco, sobretodo tenes eso, mil focos, mil puntos de vista. Comer y bailar, tus mejores planes, escuchar el murmullo incesante sobre Chile apagándose hacia Paseo Colon, el olor a birra, a pis, a calle.

Te escribiría una vida, como resumirte? Yo te quiero belleza, aunque a veces me sienta tan fuera y a veces tan dentro, aunque me abraces una tarde de septiembre y me olvides en enero, sos de mis recuerdos más lindos y un presente con anhelos, así, partida al medio: sos parte de mí Buenos Aires.

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