Si bien en el ámbito académico exploramos brevemente los modos de habitar, actualmente existe una mera repetición de los patrones ya conocidos de vivienda, sobre todo en tipologías de vivienda multifamiliar en altura mientras que nuestras costumbres y hábitos van por un camino paralelo.
Este ano en la facultad (FADU), en la cátedra de diseño II de Molina y Vedia de la carrera de arquitectura en UBA, propusimos trabajar con un programa que fusiona la vivienda permanente y el CO-LIVING.
Si no escucharon hablar de este término les hago un resumen con mis palabras: es un modo de vivienda colectiva donde los usos “comunes” se comparten, de esta forma se logra un ahorro de recursos, es más sustentable y repercute en la economía del usuario dado que se divide entre todos el uso de los servicios. Básicamente cuenta con espacios de “dormir” privados, donde se estima que la persona pasará poco tiempo, y espacios de interacción social amplios, abastecidos por todas esas comodidades que, a la gente como yo, usualmente le cuesta obtener. A nuestro país llegaron en forma de vivienda para estudiantes, situados en puntos neurálgicos de CABA, más orientados al intercambio que a la economía y escases de recursos; mientras que en el hemisferio norte familias enteras viven en estos complejos compartiendo espacios comunes como cocina, comedor, estar, playroom y todos los servicios vinculados a estos ámbitos sociales.
Este modo de vida no sólo favorece el acceso a la vivienda de calidad, sino que genera una identidad con esa comunidad cercana, de ayuda, de lazos, de vecindad. Nos interpela acerca de lo privado, su alcance y su valor.
Personalmente, el modo de vida al cual nos estamos encaminando, me hizo recordar a los Hostel, inicialmente vistos como una manera de ahorrar, pero actualmente la herramienta perfecta para socializar, conocer pares (y no lo digo por la edad) en situaciones similares o diversas y sacar provecho de ese intercambio. Se volvió una filosofía del paradigma actual, del viaje solitario, del llegar y partir, de trabajar el desapego constante.
Me pregunto si estos modos de vida nos ayudarán de una vez a desapegarnos de lo estanco, de esas cosas que almacenamos, de los lugares en que nacemos y por ello pensamos que ahí vamos a existir.
Me gusta pensar que las viviendas (del latín vivere: existir, no estar muerto) nos ayudan a ser nosotros mismos, y ese poder no debería estar confinado exclusivamente al diseño interior. Quizá la envolvente de nuestras viviendas, así como nuestra piel, debería adaptarse a nuestros cambios, al tiempo, a nuestras actividades… pero más aún a nuestros sueños, proyecciones, amores, hábitos egoístas, mascotas, amigos, música, conversaciones, lecturas en silencio…
Si quienes vivimos de crear vivienda para los demás tuviésemos el tiempo de pensar todas estas variables sin que el ya conocido poder del mercado inmobiliario y sus tiempos crueles coarten toda búsqueda ante el negocio que es para algunos crear hábitat, viviríamos en ciudades actuales, sostenibles, creadas a la medida del hombre y sus necesidades.
Les dejo en imágenes mi pequeño aporte, dentro de este marco, como un logro personal ante el escaso tiempo que merece habitualmente el pensamiento para el desarrollo de tipologías de vivienda en edificios en altura, donde me propuse pensar unidades flexibles, diferentes entre sí, pensadas para el que necesita trabajar desde su casa, pero también para una familia numerosa, o para una persona solitaria que por habitar una propiedad chica en superficie no deja de disfrutar pasar tiempo al exterior, pensadas para padres que quieren correr al rescate de sus hijos, y para padres que quieren cerrar la puerta del dormitorio y aislarse, pensadas para el poli amor, para amigos que alquilan juntos y quieren sus cuartos separados y en suit!
Les deseo a estos pensamientos vueltos realidad que los habiten tantas formas de vida diferentes como sea posible 😊
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